Identidad corporativa, el espíritu de la empresa

Por: Rogelio Serrano Pérez, instructor #CECamagüey

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“Uno nunca llega a conocer a las personas”, afirma un dicho popular. Sin embargo, por sus palabras, por lo que otros dicen de ellas, por sus actos… la imagen de un individuo cualquiera puede ser bastante amplia.

Las empresas son como los seres humanos. Por ejemplo, yo mismo, Rogelio. Todo lo que hago y digo da una idea de quién soy. Mi historia, valores, filosofía de vida, aficiones, orígenes, familia, amigos, pertenencias, vestuario, en fin, todo construye una identidad única que puede ser conocida y reconocida.

Lo mismo ocurre con las empresas. Su historia, filosofía de trabajo, sus valores, relaciones, el personal, sus productos y servicios, su cultura, su logotipo, su web… todo ello conforma su identidad que, aunque es solo una parte del proceso de creación de la marca, es muy importante.

Ella expresa la razón de ser de la empresa: qué es, qué hace y cómo lo hace. Es la suma de características, valores y creencias con las que una empresa se identifica al punto de diferenciarse del resto de las empresas a lo largo del tiempo. Es su ADN, su personalidad, su espíritu, que la hace única y diferente a las demás. Es todo lo intangible que aporta y ese no sé qué por el que alguien se hace fiel a sus ofertas.

La identidad corporativa la crea la empresa en función de lo que “piensa” sobre sí y acorde a cómo quiere ser percibida por sus clientes. También le pasa a la gente. ¿Quién no quiere caer bien? Se actúa de una forma u otra para conseguirlo, aunque no siempre se logre. Así sucede con la identidad y la imagen corporativa, una la regula la empresa, la otra, hasta cierto punto, se construye independiente del control empresarial, porque es la suma de percepciones que el público construye alrededor de esa empresa, ya sea, por sus productos, acciones, conductas, o por los elementos de la identidad corporativa.

Existe una tendencia a confundir identidad corporativa, concepto mucho más abarcador, con identidad visual corporativa que es solo la representación gráfica de la identidad (nombre, logotipo, isotipo, colores…). Para una mejor comprensión de la identidad corporativa es recomendable desglosarla en las fases. La primera: definir una filosofía corporativa, porque ella constituye la base para la toma de decisiones. En esta filosofía se incluyen la misión, los valores, la visión y la cultura empresarial.

Como segunda fase conviene la creación de una identidad visual corporativa, con todos los elementos antes mencionados interrelacionados de una manera coherente. Es harto conocido que los #clientes contemporáneos no compran productos, sino marcas y experiencias. Ya no solo se trata de aspectos racionales, sino emocionales. Entonces, un diseño estratégico de cada uno de los elementos ofrece mayores posibilidades de éxito en cuanto a ganar la confianza de los clientes.

El tercer paso es el diseño de un manual de identidad corporativa, documento que recoge las normas de uso para la aplicación gráfica de la identidad visual. No solo es una guía para la utilización del logotipo de una marca, sino de todos los elementos visuales que la conforman, para poder llegar a todo tipo de soportes: uniformes, señalizaciones, papelería de uso continuo, cartel del #negocio, volantes, etc. El quid es garantizar la coherencia comunicativa y visual de la empresa y repetir el mensaje de manera creativa, a fin de que se posicione la misma en la mente de los clientes.

¿Ha examinado alguna vez un calzado deportivo de marcas reconocidas como Nike, Adidas o Puma? ¡En ese espacio reducido los fabricantes colocan sus isotipos entre 5 y 7 veces! Y qué decir de los móviles. Siempre con el logotipo de Samsung o LG hasta al menos un par de veces. Así también se hizo icónica la manzana de Apple. Si estas grandes empresas refuerzan su identidad en cada uno de sus productos, ¿por qué pequeñas empresas como los emprendimientos cubanos no perciben la importancia de estos procederes? Es un error tremendo hacer a un lado el desarrollo de una identidad visual corporativa, sobre todo, cuando se trata de un negocio nuevo.

No se puede dejar cabos sueltos ni trabajar sin horizontes definidos. Por tanto, llega la cuarta fase, la elaboración de una estrategia de comunicación. Esto permite controlar que la transmisión de la identidad de la empresa en cada una de sus comunicaciones sea lo más coherente con lo planificado.

Por último, hay que cuidar la reputación online. La mayoría de los negocios en el mundo tiene presencia digital. Y no es para menos, pues aprovechando las redes sociales, los foros, los blogs, las estadísticas de la propia página, y los análisis de herramientas desarrolladas por empresas como Google facilita, mejor que nunca, conocer las percepciones que tienen los clientes metas y potenciales sobre el negocio. Dada su inmediatez, la información obtenida por estos medios resulta de gran valor y permite una actuación lo más inmediata posible para solucionar problemas con la imagen de la empresa.

Si se trabaja con estas cinco fases de manera minuciosa se obtienen todos los beneficios de una buena identidad corporativa:

  1. Aumento del valor de la marca.
  2. Distinción visual con respecto a la competencia.
  3. Generación de confianza hacia la empresa y mejora en su reputación.
  4. Dotación de coherencia a las comunicaciones.
  5. Incremento de las posibilidades de la empresa de ser fácilmente reconocida y recordada por los consumidores.
  6. Mejoras en el posicionamiento de la marca en la mente de los consumidores.

En resumen, desarrollar una buena imagen corporativa constituye un peldaño imprescindible en el éxito de una empresa, sobre todo, para las más pequeñas, las menos conocidas. Y dado que es un factor interno y controlable se debe ser todo lo coherente posible porque si se dice ser de una manera, pero se actúa de otra lo que se genera en el cliente es desconfianza y alejamiento.

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Bibliografía: